martes, 19 de agosto de 2014

En busca de la huella del caballo de Patakon - Mati Sanz Rebato


Hor dago!

Estaba anunciada lluvia y el cielo amenazaba con cumplir los pronósticos. Pero tengo al Rubio de okupa y es imposible compartir la casa con él. Da igual que nos hayamos dado un paseíto de 20 kilómetros a través del karst. Cuando volvemos a casa y me siento un rato al ordenador, no deja de darme la tabarra con que echemos un partidillo. Toma pelota para aquí y para allá. ¡Pero si esto es muy aburrido!, le repito. Yo creo que lo hace adrede; para que no esté sentada. Es hiperactivo total y pretende acabar conmigo. Se está volviendo un adicto al deporte de riesgo.

Así que desempolvo viejos proyectos de la agenda de los recuerdos y le invito a acercarnos hasta Legarmendi o Aramotz, que era como lo conocíamos hasta hace bien poco. Ya sabe él quién nos quiere volver a todos locos con lo de la toponimia.



Bueno, al grano. El año pasado me fui un día a tratar de encontrar la huella del caballo de Patakon. ¿Qué no sabes quién era Patakon? Pues ha pasado a la historia como el bandido honrado. Era algo así como un Robin Hood a lo vasco. Robaba a los que tenían para dárselo a los que no tenían. "Patakon, dekoneri kendu eta estekoneri emon*.

Y como a Javi Urrutia le gusta ponernos la miel en los labios, un buen día leí en Mendikat que, según la tradición, en el collado de Muñarri se podían ver las huellas del caballo de Juan Antonio Madariaga "Patakon".

Col de Muñarri

Aquel primer día no encontré absolutamente nada que pudiese poner en marcha mi imaginación. No obstante, tendría que volver por allí a rebuscar bien y encontrar algo que me dejase satisfecha. Así que vuelvo de nuevo a la carga en este verano típicamente bilbaino.

En esta ocasión nos acercamos al macizo por Lemoa y subimos primero varias cimas para concluir en Gantzorrotz. Al bajar de esta última dirección al collado de Muñarri, tuve la suerte de encontrarme con un joven pastor que estaba con su aita y un buen rebaño de cabras. Se quedó él rezagado esperando a ver la reacción del Rubio al toparse con las cabras. Pues de una pieza se quedó el chaval cuando vio que el tío no se movía de mi lado y atravesábamos impertérritos entre todo el ganado caprino. Aquí una de Bilbao y este otro que cualquiera sabe de dónde es, me digo orgullosa a mí misma.

A mí no me dais miedo

El caso es que le pregunté si conocía por allí un viejo mugarri y una roca de forma curiosa. Me mandaba a la cima de Urtemondo y añadió que por allí no había más mugarris; que a él aquellos parajes le habían visto crecer los dientes y sabía de lo que hablaba. Le conté la historia de la huella, añadiendo que tal vez no fuese sino otra leyenda urbana más. Y, ahora sí, me dijo que alguna vez entre ellos habían comentado la curiosa forma de una piedra que parecía la huella de un caballo. No se entretuvo más (tendría que tener yo treinta años menos y el físico de la Reineta para pretender que alguien me ayude por mi condición de mujer a conseguir cualquier objetivo) pero me puso inocentemente sobre la pista. Tal vez el lugar no era donde yo estaba sino otro paso que hay justo al lado.

El viejo mugarri

Et voilà. El mugarri caído fue lo primero que vi. Pisé los helechos que lo escondían y quité un tronco totalmente carcomido que había parasitado a su lado para ayudarle a recuperar la importancia que se merece. Feliz de la vida, no pensaba irme sin encontrar o al menos buscar la dichosa huella. Pero se hacía tarde y la prudencia me decía que todavía quedaba un buen rato para llegar hasta donde habíamos dejado el coche.

Al día siguiente, repetición de la jugada. El plan ya estaba hecho solo que esta vez el acercamiento sería por Orozketa. Dejamos la bonita canal de Katazka a la izquierda y continuamos por la pista hasta la olvidada cantera de Askorri. De allí nos encaramamos al macizo y hacemos cumbre en la cima del mismo nombre; que para eso somos montañeros además de aprendices torpes de antropólogo.

Buzón de Askorri con el Mugarra de fondo

 ¿Dónde se han ido hoy éstas?

Hoy no nos topamos con cabras ni pastores. Saludamos primero al viejo mugarri y emprendemos de nuevo la búsqueda del tesoro. Y, allí, de repente, a nuestros pies, como surgida de un encantamiento, está lo que andábamos buscando. Me da igual que te lo creas que no. A mí nadie me va a decir que esa no es la huella del caballo de Patakon. La he encontrado yo y no voy a avisar a la Sociedad Aranzadi porque no me da la gana. Que la busquen ellos si quieren. Y que apliquen si se atreven el dichoso carbono 14 para demostrarme que estoy equivocada. Vamos, vamos.

La huella de Patakon

Mi propia huella

Después de un buen rato admirando mi hallazgo, decido enseñarle al Rubio la fuente de Mugarrikolanda y utilizar la canal de Katazka para alcanzar nuestro punto de partida. En los abrevaderos que hay junto al recinto de la fuente acostumbraba a bañarse involuntariamente la inocente Yanka, que no veía un carajo y confundía los abrevaderos con charcos. Caía como una boba dentro de ellos totalmente perpleja por la situación. Josean seguro que no podrá reprimir una sonrisa si lee esto.

Circular por pista y la canal de Katazka

El coloso Mugarra desde la fuente de Mugarrikolanda

La canal resbala que es un gusto. Sus piedras están muy gastadas y hay que andarse con mucho cuidado. Los helechos casi tapan el sendero. También han invadido la plantación de árboles que hay a la orilla de la canal y en la que tuve el orgullo de participar con Suso, Iñigo e Imanol. También nuestro himalayista Juanjo San Sebastián anduvo por allí doblando un poco el espinazo. 

Bueno, no ha podido salir mejor la cosa. ¡Qué magnífico regalazo para un agosto tan... bilbaino!



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