lunes, 7 de marzo de 2011

Mongolia a caballo - Mila Gallastegi




En Mongolia nuestro primer destino fue el lago Hovsgol. Cruzamos las montañas Hordil Sarĭdag, para llegar al gran valle de Darkhad y seguir hacia el oeste hasta introducirnos en la taiga de las montañas Sayan, en la frontera con Rusia, donde esperábamos encontrar a los pastores de renos, los Tsaatan.

Nuestro equipo de apoyo estaba bien organizado. Chuka, una joven recién iniciada en el negocio del turismo, organizó el equipo y, como hablaba algo de inglés, fue nuestra intérprete. También contrató a Dasha, guarda forestal de estas montañas, quien conocía el terreno como la palma de su mano. Aunque no hablaba una palabra de inglés, era un tipo muy alegre con el que era fácil congeniar. Además de nuestros caballos, llevábamos dos caballos de carga con todo lo necesario: tiendas, comida, cocina…




Los primeros dos días cabalgamos por la orilla del lago, hasta que nos introdujimos por primera vez en un bosque boreal. Al ganar altura y salir del bosque cerrado, comenzamos a disfrutar de grandes extensiones de pradera y montañas, que contrastaban de forma espectacular con el cielo azul cobalto de Mongolia, sobre el que se colaban pequeñas tormentas, una tras otra. La incertidumbre sobre dónde pasaríamos cada noche aumentaba el sentimiento de aventura del viaje.


El tercer día el paisaje era más espectacular, al contemplar cumbres de piedra caliza que sobresalían del bosque. Nos acercamos a su base, a través de un río glaciar caudaloso que una y otra vez teníamos que cruzar, con mucha cautela debido a su fuerza y profundidad.




Tras unos días de soledad, llegamos al extenso valle de los mongoles Dakhard, de paisaje estepario, sin más límite que nuestra propia vista. Algunos días nos acogieron pastores nómadas, cediéndonos un espacio en el interior de su Ger. Nosotros se lo pagábamos compartiendo nuestra comida en la cena. Debido a su extremada hospitalidad, no nos resultaba difícil entablar conversación con ellos, aunque fuese mediante gestos, o jugando con los niños, siempre correteando por la estepa.

En este valle se unió a nosotros Bayra, un nómada Darkhard, dado que ni Chuka y Dasha conocían el emplazamiento exacto de los Tsaatan ese año. Nos adentramos de nuevo en la taiga que cubre las laderas de las montañas Sayan. Taiga es un termino ruso que designa los bosques boreales formados por abetos, alerces y abedules plateados, adaptados perfectamente a los fuertes vientos y a las bajas temperaturas. El terreno era complicado, especialmente por el barro y las cuestas. Aquí se hizo evidente la resistencia y el genio de los pequeños caballos mongoles. Suben cualquier cuesta, aunque el piso sea resbaladizo, y no se amedran ante el barro, aunque se hundan profundamente. Lo único que les molestaba era la ofensiva de las moscas y tábanos, ante las cuales nuestros caballos mordían y brincaban, poniendo en peligro nuestro equilibrio.



Tras una larga jornada, alcanzamos los altos valles de las montañas Sayan. Nos encontrábamos en uno de los lugares más remotos de Mongolia. Pero las dificultades no desaparecieron, ya que el terreno era a menudo pantanoso y los caballos se hundían de manera peligrosa. En consecuencia nos costó mucho tiempo alcanzar ese destino a la vista: el asentamiento de los Tsaatan, los pastores de renos.

Sus tiendas tienen forma cónica, como los tipi de los nativos de América del Norte. Gracias a su hospitalidad, pudimos compartir su vida cotidiana. Los jóvenes, a la mañana, llevan los renos a pastar. Durante el día, los dejan moverse a sus anchas, aunque sin quitarles ojo de encima, ya que son un manjar tentador para carnívoros hambrientos como el lobo. De noche, sin embargo, los animales permanecen atados cerca de los tipi. Se alimentan de las briznas de hierba fresca y del musgo que encuentran en los flancos de las colinas. Al atardecer, los renos vuelven a las tiendas para ser ordeñados y darles sal. Se realizan dos ordeños diarios, por la mañana y por la tarde.




Los tsaatan, son uno de los últimos ejemplos de la civilización del reno que, en otro tiempo, estuvo muy extendida y cuyo origen se remonta a la Edad de Bronce. Son originarios de Siberia con un idioma propio cuyo origen se encuentra en Turquía. Con la llegada del comunismo parte de su cultura, tradiciones y vida cotidiana fueron destruidas. Los rebaños de renos pasaron a ser propiedad del estado. Todos dependían de un comisario mongol que desconocía por completo sus costumbres y tradiciones obligándoles a cumplir unas reglas muy estrictas, inaplicables a un pueblo nómada. La nueva frontera entre Siberia y Mongolia impidió las tradicionales migraciones estacionales, entre las montañas del sur de Siberia y Mongolia. Esta ruptura artificial produjo el aislamiento de los tsaatan. Al norte de la frontera los tsaatan siberianos se han rusificado, perdiendo su cultura. Sólo los del lado mongol, conservan sus tradiciones casi intactas, pero sus rebaños al ser pequeños, tienen problemas de consanguinidad y, en consecuencia, más enfermedades.




Este asentamiento de 7 familias poseía unos 200 renos. No es mucho. Con la leche elaboran queso, mantequilla y yogures, además de aaruul, un queso duro como una piedra. Los renos también proporcionan carne. Los pedazos de carne y queso que cuelgan de las pértigas son las reservas acumuladas para el invierno. Practicaban el trueque con sus pieles, excelentes aislantes del frío y la humedad, para confeccionar mantas, botas, alfombras... También cazan ardillas, jabalís, ciervos, zorros y conejos para vender sus pieles lo que les permite diversificar un poco su alimentación: pasta, arroz, azúcar, sal, harina, té y otros pequeños vicios, como el tabaco. Incluso venden las ornamentas, que son muy apreciadas por los chinos para elaborar afrodisíacos. Pero, aun así, el reno no llega a cubrir ni mucho menos sus necesidades básicas, lo que les ha llevado a ser los nómadas más pobres de Mongolia. Así es la vida de los Tsaatan, una tribu cuya desaparición lamentablemente ya ha sido anunciada.




Nuestro segundo destino en Mongolia fue la provincia de Bayan Olgy, situado en el extremo occidental del país. Esta región está poblada mayoritariamente por kazajos. Doscientas cincuenta años atrás, dejaron sus estepas de Asia Central y enfilaron hacia oriente, en busca de nuevos horizontes. Después de atravesar las montañas Altai, aquellos nómadas encontraron un territorio libre, con pastizales capaces de alimentar sus enormes rebaños y decidieron establecerse en aquel confín, alejados de los conflictos que periódicamente azotaban la estepa. Cientos de años después, el nacimiento del Estado mongol y la delimitación de sus fronteras con China y Rusia aislaron definitivamente a la pequeña comunidad. Y así han continuado hasta hoy, fieles a su identidad, su cultura y sus tradiciones, al pie de las cumbres de la cordillera de Altai, en la provincia occidental mongol de Bayan Olgy.




Iniciamos nuestro viaje en el lago Khurgan, en el Parque Nacional de Tavanbogd, vertiente norte de las montañas Altai. Es allí donde hallamos los campamentos de los Kazajos. Al igual que los nómadas mongoles, ellos también viven en gers, pero estos son bastante más grandes y mucho mejor decorados. En sus rostros apreciamos su origen centroasiático, ya que además de los rasgos mongoloides, muestran claros rasgos caucásicos, por ejemplo, la nariz algo más prominente. De hecho son de origen turco y, hoy en día, todavía hablan una lengua uraloaltaica de la misma raíz del turco. A diferencia de los mongoles los kazajos son musulmanes, pero lo practican de una manera muy liberal. Durante nuestra estancia no vimos a nadie que consultase el Corán, ni que realizase las cinco oraciones preceptivas.




A pesar de que la tierra donde se asientan es muy pobre, los kazajos son unos prósperos ganaderos y no es extraño encontrar familias con más de 1.000 cabezas de ganado. Pero a todos no les va tan bien. Tras el fraudulento reparto de rebaños que se hizo en 1991, tras la caída del régimen comunista, ocho animales por cada miembro familiar, muchas familias no han levantado cabeza. Por esa razón algunos emigran a Kazajstán, bajo la promesa de una vida mejor ofrecida por el Gobierno de Kazajstán. De hecho, en el campamento, nos convertimos en los invitados de honor de una comida de despedida de una de las familias que ha decidido abandonar Mongolia, y viajar a Kazajstán.




Tras un par de días en el lago, llegamos a un acuerdo con el señor Janibek para que nos guiase hasta el glaciar de Potani. Esta vez, decidimos viajar caminando, con el fin de entrenar nuestras piernas, antes de intentar hacer una cumbre, por lo que sólo contratamos un caballo de carga. Para nuestra sorpresa, Janibek apareció montado en su caballo, exclamando que en Mongolia, caminar es de tontos.




Los paisajes de montañas y ríos que cruzábamos eran espectaculares. Las sucesivas cumbres marcaban la frontera con la vecina China, a lo largo de toda la cadena montañosa Altai. Aproximadamente cada 3 ó 4 horas, nos deteníamos en alguno de los campamentos que encontrábamos por el camino. Siempre nos recibían con una hospitalidad extrema, ofreciéndonos lo mejor de sus productos: una suculenta degustación de quesos, mantequilla, nata, yogurt, acompañados por pan frito y té con leche.

En uno de los valles pasamos unos días en casa de Adilbek y su familia, que nos llevaron a conocer algunas familias que aún practican la cetrería, o caza con águilas. Esta tradición que cuenta con más de 1.000 años de antigüedad, los kazajos la heredaron de sus antepasados turcos y ya la practicaban cuando aparecieron como grupo étnico en el siglo XV. Estas familias nos mostraron con mucho orgullo sus águilas.




Nuestra travesía culminó en el glaciar de Potani. Con sus 24 km2 es uno de los glaciares más grande de toda Asia Central, aunque sus 5 principales cumbres apenas sobrepasan los 4.000 metros. El Khuiten (4.374 m) es el más alto, mientras que la cumbre de Nairamdal (4.180 m) es frontera de Mongolia, China y Rusia. Les siguen, Malchin (4.050 m), Burdg (4.078 m) y Olgii (4.113 m). Pasamos dos noches acampados al lado del glaciar, disfrutando de este solitario y bello lugar y, en especial, del juego de colores del amanecer.




De las cinco cumbres del glaciar, solo era posible subir el Malchin sin necesidad de material de nieve, ya que está al borde del glaciar y una de las laderas no tenía nieve. Este pico proporcionaba una subida larga no técnica, a lo largo de una dura cresta de roca, que nos permitía pisar alternativamente suelo ruso y mongol, ya que la propia cresta constituye la frontera entre los dos países. Según ganamos altura, ya cerca de las nubes las vistas sobre el glaciar eran impresionantes, aunque más arriba el viento soplaba con fuerza. Nos invadió la sensación de soledad, e incluso nos asustó, pero pronto la alegría de llegar a cumbre del Malchin a 4050 metros en esta remota y solitaria región de Asia, lo compensó todo… atrás quedaban un montón de experiencias, y emocionantes momentos…



Mila Gallastegi
Fotos: Asier Aranzabal



3 comentarios:

Anónimo dijo...

pedazo viaje! y vaya fotazos!!!!
esti

JOANA GARCÍA dijo...

Una verdadera maravilla de viaje. La fotografía del nativo con el águila es impresionante, me encanta!!!

Anónimo dijo...

Hola! Que hermoso viaje! Estoy planificando algo similar... Quisiera intercambiar informacion! Sera posible?!?! Mi mail: yamilarosenbaum@gmail.com